Pepe Romero, el discreto califa que arropó a Blesa hasta el último momento El hombre detrás de Grupo Prasa fue uno de los pocos amigos que se mantuvieron al lado de Blesa cuando cayó en desgracia. El destino ha querido que el banquero muriera en una finca de su familia
Sin embargo, según ha confirmado un portavoz de la saga cordobesa, ningún miembro de la familia estaba ayer
en este enclave de Sierra Morena, ni tampoco hacía falta, porque sus
2.000 hectáreas de superficie siempre tenían las puertas abiertas para
el financiero. Ni siquiera su caída en desgracia, con escándalos como el
caso Bankia o las tarjetas 'black', había conseguido erosionar una
estrecha relación que se remonta a décadas y negocios atrás.
Nada que el banquero no hubiera hecho antes por José Romero González, Pepe para los amigos, cuando en 2008 fue detenido en el marco de la operación Astapa contra la corrupción en la Costa del Sol.
De la
noche a la mañana, el empresario, todavía hoy administrador único de
una muy mermada Prasa, vio cómo su nombre saltaba a la primera plana de
los periódicos por los presuntos delitos de cohecho, blanqueo de
capitales y contra la Administración pública, acusaciones especialmente
duras para un hombre siempre amante de la discreción y
alérgico a los 'flashes', a las que Blesa, que entonces vivía sus años
dorados desde el trono de Caja Madrid y con la corona del dinero fácil,
respondió mostrándole su apoyo tanto personal como profesional.
Justo
un año antes de estallar el capítulo más oscuro en la historia de Pepe
Romero, el empresario había recibido todas las bendiciones de la caja
madrileña para financiar los 274 millones en que se cifró la compra del
3% de Metrovacesa, que posteriormente se canjeó por acciones de Gecina con nuevo respaldo financiero de Blesa, y los 90 millones que necesitó para hacerse con el 5% de Realia, por aquel entonces filial de Caja Madrid y FCC.
Estas
cifras convirtieron al grupo cordobés en uno de los principales
clientes de la entidad, cuyo apoyo en forma de refinanciaciones fue
clave cuando estalló la crisis económica e inmobiliaria. El propio Banco
de España, en un informe del año 2010, cifraba en más de 400 millones los créditos que Caja Madrid concedió a Prasa por debajo de los estándares de riesgo requeridos.
No fue la única manera de
mostrarle su apoyo. Ya desde los primeros conatos de la crisis, cuando
el pasivo del grupo cordobés rozaba los 2.000 millones, la entidad
accedió a canjear activos de Prasa por deuda,
práctica que le llevó a quedarse, por ejemplo, con casi medio millar de
viviendas solo en la Comunidad de Madrid a finales de 2008.
En las aventuras empresariales de Metrovacesa y Gecina jugó un papel principal el también fallecido Joaquín Rivero,
otro importante empresario andaluz de los años de la burbuja, que
convenció a Romero para que Prasa entrara en Bami, Metrovacesa y Gecina.
Sin
embargo, en esta ocasión, la relación entre ambos saltó
estrepitosamente por los aires cuando el jerezano no cumplió con los
acuerdos de recompra de acciones que había prometido al cordobés, según denunció la propia Prasa ante la Audiencia Nacional,
donde acusó a Rivero de haber generado al grupo un agujero cercano a
los 250 millones de euros y de haberla abocado a la agónica situación
que arrastra desde el estallido de la crisis.
El respaldo de la banca, con Caja Madrid a la cabeza, permitió a Prasa escapar de la quiebra, pero no de una debacle
que ha llevado al otrora buque insignia andaluz a un rosario de
ejecuciones, embargos y reducciones de capital dirigidas a restablecer
un equilibrio patrimonial cada día más mermado para evitar su
disolución. En su último depósito de cuentas, el correspondiente al
cierre del año 2015, la compañía arrojó unas pérdidas de 7,8 millones,
sumando así su quinto ejercicio consecutivo en números rojos, y siguió
arrastrando una deuda de 483,98 millones.
De hecho, la saga cordobesa aparece cada año en la lista de los mayores deudores a Hacienda
por los 98,7 millones que le exige la Agencia Tributaria. En paralelo,
la familia Romero ha salvado parte de su imperio a través de Grupo Rosmarino,
que cuenta con una pata constructora; otra promotora, con operaciones
en Marbella, Almería, Huelva y Córdoba; una patrimonial dedicada al
alquiler inmobiliario; la maderera Aserraderos de Villaviciosa, y la
sociedad Rozuelas del Valle, dedicada a la ganadería y la caza, y ubicada en Torrecampo, localidad de origen de José Romero.
Es
dentro de este conglomerado donde se enmarca la finca Puerto del Toro
en la que falleció ayer Blesa, quien tenía todos sus bienes embargados
y, desde su caída en desgracia, apenas salía de casa excepto para ir
alguna vez a casa de los amigos que se mantuvieron fieles y para cazar.
Dos bálsamos que, hasta el último momento, encontró en la finca de Pepe
Romero.
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