martes, 5 de septiembre de 2017

Llamémosle hache



Esto sí que es una noticia bomba. El régimen de Kim Jong-un ha disparado todas las alarmas mundiales después de lanzar un recado junto a la frontera china con un poder destructivo siete veces mayor que el que arrasó Hiroshima. Que nadie dude del progreso, porque cada día se mata mejor y a más gente, aunque cada uno de nosotros no tenga más que una vida. Ahora todo son condenas internacionales mientras tiemblan las naciones más pobres, que no han aprendido a matar más que de uno en uno. ¿Por qué están tan contento Kim Jong-un, siempre de negro «hasta los pies vestido» y sin condecoraciones visibles? Debe de tener un buen carácter, porque aparece precedido por su sonrisa. No le intimida que el jefe del Pentágono, James Mattis, haya prometido una «gran respuesta militar» ante cualquier amenaza de Corea del Norte a EE UU o sus aliados. Para morir matando la mejor táctica es anticiparse a los asesinatos. ¿Estamos en vísperas de la cuarta guerra mundial, que por cierto será la última? Lo pronosticó Einstein, ya que la otra se hará a pedradas.
¿Dónde quedan nuestras preocupaciones por el referéndum ilegal? Puigdemont, que sin duda no tiene el gusto de conocer al líder norcoreano, ha dicho que saldrá a la calle si se impide la consulta. Allá nosotros con nuestros pequeños y enquistados problemas caseros, cuando lo que está en juego es la guerra mundial. Así como suena, aunque aún no haya estallado. La bomba de hidrógeno nos puede ahorrar la lectura de los pequeños partes de guerra, que «muchos tragos son la vida y un sólo trago es la muerte». Los que hemos visto empezar varios conflictos universales sabemos cómo acaban: con menos protagonistas que cuando empezaron. En el mundo sobra gente y faltan personas. Habría que exportar el artículo 155 de la Constitución. Por si a alguien le sirve.

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