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ANTONIO BURGOSSEGUIR
Montoro, que te pilla el toro
Como agradecimiento a la Sevilla que lo sacó diputado, mandó a los inspectores de Hacienda a las casetas de Feria
Esto es como lo de: «¿Cómo te quedas, Maqueda?». Y no sé si me voy a pasar de la raya. Va de Montoro y, encima, en el ABC, ¡toma ya! Lo de pasarse de la raya me suena completamente a Rocío Jurado. Y más taurino no puede ser. ¿A qué raya se refiere Montoro, hablando de lo que rima con su apellido, de los toros? ¿Es la primera raya o la segunda de picadores la que no se puede pisar para cantarle el estribillo de «La Blanca Doble» que tanto escandalizaba al cardenal Segura: «¡Ay, qué tío,/ ay,qué tío,/ qué puyazo le han metío!»? Por no salir de los teatros, de los más apropiados que ser puedan, pues trátanse de títeres, del retablillo gaditano de «La Tía Norica», lo de Montoro, al que tarde o temprano va a pillar el toro, es lo que cantaban las marionetas históricas perfectamente conservadas por la familia Bablé: «A la Tía Norica,/ la ha cogido el toro,/ le ha metido un cuerno,/ por el escritorio./ A la Tía Norica,/ la ha vuelto a coger,/ y le ha metido el cuerno/ por donde yo me sé». Por donde yo me sé le ha metido el toro el cuerno a Montoro. ¡Qué lástima de hijo! Decreta la amnistía fiscal y se la echan para atrás; y pone el circo de un supuesto despacho de influencias y le crecen los enanos. Montoro está tomando ahora de su propia medicina. Este Montoro que en vez de pedir la Medalla de Bellas Artes o la Gran Cruz de Alfonso el Sabio para los escritores, los artistas o los que sirven a la sociedad en la comunicación, se dedica a mandarles los inspectores de Hacienda de tres en fondo, ordenándoles con aquella musiquilla que se cantaba en el campamento de la IPS en Montejaque: «Formen de a tres,/ formen de a tres,/ ¡formen de una puta vez!».
No me extraña nada de Montoro ni del cuerno que tarde o temprano le van a meter cuando lo coja el toro que ya le ha pegado el revolcón de la reprobación. Tengo lo mejor que se pueda de un personaje: su retrato psicológico, la ecografía de su alma. Verán. Como Montoro nació en Cambil (Jaén) y aprovechando que en esa provincia nace el Guadalquivir, cuando Aznar hizo las listas de las elecciones de 1996 que le llevaron al poder tras pelar tantas guardias en las duras garitas de la oposición al PSOE, mandó a Montoro como candidato a diputado por la ribereña Sevilla. No para hacer bulto, no: el primero de la lista. Ya saben, no hay nada más sevillano que Montoro. Hasta Cayetana de Alba, de soltera, usaba el título de ese ducado que le repartió en vida su padre, el XVII Duque: Duquesa de Montoro. Cayetana, de muchacha, hasta la muerte de Jimmy Alba, era lo mismo que Montoro, pero en duquesa. «La Duquesita de Montoro» la llamaban en su Sevilla. En la Sevilla con la que (¡por aquí!) tenía tantísimos vínculos Montoro, que como saben sale de nazareno dos o tres días en Semana Santa, no falta a una corrida en el Arenal, es socio de dos casetas de Feria y lo llaman como alegría de la huerta para que anime las carretas de Triana en el camino del Rocío. Y de entonarse por Los Cantores de Híspalis, ni te cuento. ¡Qué compás tiene! Pues bien: aquel cunero de Jaén, tirado en paracaídas como cabeza de lista por Sevilla, salió diputado. Los sevillanos se daban abrazos y se felicitaban por la calle:
–¡Qué alegría más grande, Montoro diputado por Sevilla!
Y el gachó, como agradecimiento a la Sevilla que lo había sacado diputado, mandó inmediatamente a los inspectores de Hacienda a todas las casetas de Feria, para pedir las facturas de instalación, a ver si habían pagado el IVA del retrete o las podían crujir con un multazo. Ese es el desagradecido Montoro, que no se dignó nunca más poner un pie en Sevilla. Como en esta vida todo se paga, no me extrañaría nada que lo coja el toro. Y que, como a la Tía Norica, le meta el cuerno por un escritorio que yo me sé
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